lunes, 12 de julio de 2010

Rosa Marina











Mi madre había pasado todas las vacaciones de verano, preguntando en el pueblo por una muchacha de servicio para nuestro hogar. Teníamos una casa de playa en el litoral cercano a las haciendas de cacao, tradicionalmente habitada por población negra. Al fin, el último día, el domingo, ya de regreso a casa, logró conseguir a la joven sobrina de una señora que solía ayudarnos en la casa de verano en época de vacaciones. Nos dirigimos en su busca en las afueras del pueblo. Después de recorrer una estrecha vereda, nos estacionamos frente a una pequeña casa rural. Mi padre sonó la corneta del automóvil, y después de unos segundos salió a recibirnos la tía.
_Buenas, ¿Cómo están? Ay… disculpen, ya la muchacha viene_ gritando hacia la puerta de la casa_ ¡Rosa María! Muchacha… ¡apúrate!_ y dirigiéndose nuevamente a nosotros_ Ya viene, estaba terminando de hacer la maleta…hay viene, apúrate muchacha, que los señores te están esperando.

No podían creer lo que veían, caminado hacia el automóvil, con un maltrecho bolso de tela estampado de grandes flores, en una mano, y un pequeño radio de transistores en la otra, venia la más bella muchacha negra que yo hubiera visto a mis dieciséis años cumplidos. A primera vista, calculé que no debía tener más de veinte años de edad. Venia vestida sencillamente con unos short de color rojo y una blusa blanca sin mangas que me permitieron apreciar su hermosa figura. Sin duda era una digna representante de su raza: alta, de piernas largas y de muslos fuertes. Caderas no muy anchas que armonizaban perfectamente con un torso delgado. Sus senos redondos y erectos, de tamaño perfecto. Aunque abundante y rizado, llevaba el cabello largo hasta los hombros, enmarcando un rostro de ojos grandes y oblicuos, nariz pequeña y labios carnosos que dibujaban una sonrisa amplia, de dentadura perfecta. Todos quedaron asombrados con la belleza de la muchacha, pero sobretodo mi madre que inmediatamente volteó a mirarme. Yo, disimulé mi entusiasmo mirando por la ventana del auto, para el evitar que me delatara el inevitable rubor en mi rostro.
Mi padre se bajo del auto, y con nerviosa amabilidad tomó el equipaje de Rosa María, lo colocó en el maletero, e invito a la muchacha a sentarse en el medio del asiento trasero, entre mi hermana y yo. Al subirse fue inevitable que su rostro pasara muy cerca del mió, pude notar con más detalle la belleza de sus facciones, la tersura de su piel oscura, pero sobretodo, y lo que realmente me dejó en silencio el resto de las cuatro horas de viaje, fue el “peculiar” olor que despedía su piel. Nunca había sentido nada igual. Era fuerte, denso, penetrante, pero también dulce y agradable a la vez. Era una deliciosa mezcla de aromas: a leña, a piel, a sol, a brisa y agua de mar; a mujer negra.

Al llegar a casa, mi madre le enseño el cuarto y el baño de servicio que quedaba al fondo de la amplia cocina y después de mostrarle toda la casa y sus obligaciones, le indico algunas reglas que debía seguir, entre ellas la manera vestir. Mi madre a todas las empleadas las exigía que usaran unos uniformes que solían ser de colores pasteles, de tela muy liviana y fresca. Abotonados al frente, manga corta, y de largo, un poco por encima de las rodillas. Rosa María escuchó con atención todas las instrucciones asintiendo con un “si señora”.
Por el cansancio del viaje, y la tensión generada por la llegada de la muchacha, esa noche me fui a la cama muy temprano. Me costó conciliar el sueño de tan solo pensar, que abajo, en la habitación junto a la cocina, estaba aquella belleza durmiendo.

El lunes me levanté con el entusiasmo del primer día de clases. Al llegar a la cocina, me encontré con la primera de las muchas insospechadas sorpresas que me esperaban. Desde la mesa donde tomaba mi desayuno noté que la muchacha había recogido el ruedo de su uniforme, lo que dejaba ver aun más sus hermosas piernas color chocolate. La liviana tela del uniforme Rosado pálido, dejaba transparentar su ropa interior blanca y su cabello recogido, ahora en una cola, desnudaba su hermoso cuello. No pude probar bocado. Me levanté de la mesa.
_ ¿Que le paso niño Rafael? ¿No le gustó la comida? _ Me preguntó Rosa María, un poco nerviosa por ser la preparación del desayuno, su primera obligación.
_ No, no es eso, se ve delicioso. Es que no me siento bien del estomago. _ dije un poco apenado por las verdaderas razones de mi desgano.
_ ¿Quiere que le prepare un guarapito? Eso le hará bien.
_ No gracias, Rosa María, Ya me tengo que ir, se me hace tarde_
Y diciendo esto prácticamente Salí corriendo de la casa rumbo al liceo.
En el camino, iba odiándome por mi enfermiza timidez. Realmente me estaba volviendo loco la nueva muchacha de servicio y no habían transcurrido ni veinticuatro horas de su llegada a la casa. Cualquiera de mis amigos, se le hubiera abalanzado encima, la misma noche de su llegada. Yo tendría que esperar a que el destino decidiera por mí, y corriera con la improbable suerte de que me brindara la oportunidad de poseer a la belleza de ébano.


Así pasaron algunas semanas. Durante ese tiempo, Rosa María se había revelado como una muchacha abierta, conversadora y cariñosa. Tenía un carácter bastante fuerte, un poco contestona, a pesar de su corta edad y como casi toda la gente del interior del país, le gustaba decir las cosas sin rodeos. No podía soportar más la creciente excitación que me provocaba la chica, me estaba volviendo loco de deseo por ella.
Una tarde mientras veía la televisión, Rosa María llegó limpiar el lugar. Comenzó por la mesa donde descansaba la TV y el contra luz que producía la pantalla hizo que se transparentara aun más su uniforme. Pude apreciar sus redondas y firmes nalgas, la suave curva de sus caderas, sus sólidos muslos de hembra. De pronto se volteó para sacudir el sofá donde yo descansaba, y fue cuando noté que no llevaba sostén y se le había desabotonado un botón del uniforme. Al agacharse frente a mí, pude ver uno de sus senos que se medio asomó por el escote. Sus aureolas eran grandes y abultadas, al igual que sus pezones. Ella notó al instante mi cara de morbosa curiosidad, a lo que respondió con una pícara sonrisa luego de abotonarse lentamente.

_ Mire niño ¿usted está viendo la televisión o otra cosa?_ dijo con fingido enojo.
_ No sé porque te empeñas en tratarme de usted y de niño. Ya no soy un niño, tengo casi dieciséis años. .
_Ay si, todo un hombre_ dijo soltando una carcajada que me llenó de rabia.
_Bueno, si quieres te muestro que ya soy un hombre_ e hice el amago de desabrochar mis pantalones rogando que no aceptara el reto.
_ A ver, está bien, vamos a ver que tienes allí que es tan de hombre._ dijo esto parada frente a mi, con sus brazos en la cintura y rostro desafiante que me intimidaron lo suficiente como para arrepentirme y quedar en el más absoluto ridículo.

_Creíste que hablaba en serio_ alcance a decir fingiendo unas carcajadas que ni yo mismo me creía.
_Pues yo si hablaba en serio, ahora es que tienes que aprender, niño, te falta mucho para ser un hombre…_ y diciendo esto se fue con una risa entre sus dientes.
Yo estaba rojo de la rabia y de la vergüenza y peor aun, con mi patética actuación, se desvanecían mis esperanzas de seducir a la muchacha.






Esa noche me atormentó el recuerdo del incidente de la tarde. Mis sentimientos eran confusos. La imagen de su seno asomado por un leve instante tras la tela de su uniforme, me obsesionaba. Volvía a mi mente el recuerdo del aroma de su piel el día que la conocí. Si bien era cierto que yo a mis dieciséis años no era un cotizado galán entre las muchachas del liceo, también era cierto que hacia mucho deporte y mi cuerpo aunque delgado era algo musculoso y bien formado. Lo mismo podía decir de mi anatomía esencialmente masculina, podía catalogarse de “más grande” que el promedio, y eso lo había comprobado por las bromas en torno a su tamaño, hechas por los compañeros en las duchas del gimnasio. Yo solo tenía un temible enemigo a vencer: mi obstinada timidez. Esa noche me hice el firme propósito que, desde el día siguiente, debía tomar acciones. No me quedaría como el simple espectador que hasta ahora había sido.
Ese mañana fingí un malestar y logré convencer a mi madre para quedarme en casa. Rosa Maria fue la primera que se sorprendió al verme en la cama cuando entro a limpiar mi habitación.
_ ¿y al niño que la pasa que no fue para el liceo hoy?
_Amanecí enfermo, no me siento bien hoy_ dije aun bajo las sábanas.
_Ay niño, a mi me suena a cuento eso del malestar, pero bueno…allá abajo está su desayuno, apúrese para que se le va ha enfriar, no se lo sirvo porque tengo mucho oficio aquí arriba.

_ Gracias, Rosita._ contesté siguiéndole el juego del diminutivo_ Ya bajo. Seguro que me voy a sentir mejor… quedándome aquí contigo en la casa _ dije al momento que me desarropaba, y fingiendo un descuido, me levanté de la cama en interiores.

La muchacha echó un rápido vistazo a lo que quedaba de mis naturales erecciones matutinas, y luego de mirarme directamente a los ojos, fingió indiferencia y siguió con su trabajo de limpieza. Con toda la deliberada intención me puse el pantalón de los pijamas de espaldas a ella y después de entrar en el baño, bajé a la cocina. Mientras desayunaba, pensé con satisfacción, que se había iniciado algo que estaba cada vez más pareciéndose a un juego de seducción.
Desde la planta baja aun podía escuchar el rodar de muebles en el piso superior. Rosa María seguía afanada limpiando. Entonces aproveché la ocasión para hacer algo que deseaba hacer desde que Rosa María había llegado a la casa: curiosear en su habitación. Después de cerciorarme que aun permanecía en la planta alta, decidí entrar. Al instante me golpeó su añorado aroma. Todo el cuarto olía a ella. Las sábanas de su cama estaban un poco revueltas y no pude evitar la tentación de pasar mi nariz por toda la cama, por la almohada; todo estaba impregnado del bálsamo de su piel; un olor fuerte, penetrante, pero a la vez dulce y sobre todo, excitante. Querría retenerlo en mis fosas nasales, llevármelo impregnado en el cuerpo y en la mente. Arriba, continuaba Rosa María, su oficio acompañado de la alegre música de su pequeña radio portátil. Entonces me dirigí a su cuarto de baño. Allí lo recorrí todo con mis habidos ojos. No sabía que buscaba. Pase mi mano por su toalla, que de solo imaginar que con ella secaba todo su cuerpo desnudo, sus partes mas intimas. Con mi nariz traté de rastrear restos de su exquisito olor como un ávido sabueso. Bajo el pantalón de mi pijama, se disparaba una insipiente erección.
Seguí detallando todo el espacio con mis ojos, cuando, súbitamente el corazón me dio un vuelco de emoción, el nuevo hallazgo, hacia acelerar mi pulso y respiración, las manos y la frente se me empaparon de sudor. En una esquina, justo bajo el lavamanos, descubrí una pequeña cesta donde seguramente Rosa Maria depositaba su ropa sucia. De pronto, me asaltó el temor de que la muchacha pudiera atraparme hurgando en su intimidad, pero bien valía correr el riesgo, y me cercioré, agudizando al máximo el oído, que ella permanecía arriba trabajando. Si, efectivamente aun se escuchaba la música del radio. Entonces, me aproximé tembloroso de la excitación. Levanté muy lentamente la tapa para descubrir con turbación que en la cesta estaba repleta de su ropa. Hilos de sudor corrían por mi frente y espalda, mi corazón estaba a punto de estallar, cuando al levantar uno de sus uniformes, descubrí unas “panties” en el fondo de la cesta. Las tomé y con mucho cuidado, busque con ansiedad infinita la zona de la tela de la entrepierna. Las manos me temblaban, al más mínimo ruido tendría que volver a colocarla en su lugar. Después de prestar atención, a lo que sucedía en el piso superior, la tomé esta vez para examinarla con detenimiento. Al buscar en el reverso de la tela, en la parte que estaba directamente en contacto con su sexo, descubrí con morboso placer una mancha blancuzca que al tocarla aun permanecía algo húmeda, loco de deseo, pensé que debían ser con las que había dormido esa noche. Lentamente la llevé a mi nariz y aspire con fuerza ese delicioso aroma de mujer. El olor era calido y penetrante. Una mezcla de sus fluidos vaginales, sudor por el calor de la entrepierna y algunos vestigios de orine. Mi pene estaba a punto de reventar, ya comenzaba a mojar mi ropa interior con abundante líquido preseminal. Me encontraba sumergido en pleno éctasis olfativo, cuando escuché demasiado tarde, los pasos de Rosa Maria. Estaba terminando de cerrar apresuradamente la cesta de ropa cuando ella de repente entró en el baño.

_Aja, dígame… ¿y que está haciendo el niño Rafael aquí en mi baño?

La voz de Rosa María a mis espaldas, casi me mata del susto y tuve que hablarle sin voltearme para que no ser delatado por mi evidente bulto. Además ya se me empezaba anotar una pequeña mancha de humedad en el pantalón de pijama
.
_Es que… estaba buscando… mis zapatos deportivos ¿tú no los has visto por aquí?_ dije esto al momento que me agachaba bajo el lavamanos para que no me viera de frente.

_ ¿Tus zapatos? ¿Y desde cuando tus zapatos están en mi baño?
_No se, pensé… que a lo mejor…tu…_ dije esto reincorporándome pero aun de espaldas a ella.

_Yo nada, yo no he visto tus zapatos y no están aquí…

Ella, tomándome por el brazo me volteó quedando ambos, frente a frente, cerca, muy cerca. Al sentir tan próximos nuestros cuerpos ambos hicimos silencio, nuestras miradas se clavaron una en la boca del otro. Rosa todavía me tenía sujetado el brazo, sin darse cuenta me apretaba con fuerza. Esta vez fue ella la que se puso nerviosa, y separándose repentinamente me dijo:
_Esta bien, sal de aquí, aquí no hay nada tuyo… _ fue entonces cuando se percató de que la tapa de la cesta estaba mal cerrada, y con la prisa, había quedado algo de las panties colgando por fuera. Con toda la malicia de que era capaz, esbozó una picara sonrisa.
_Ahhhh… ya veo.
_ ¿Qué? ¿Qué ves?
_Nada, nada, sal de aquí, ya veo lo mal que te sientes…
_Si, bueno, ya me siento mucho mejor_ esta ves fui yo, el que sonreí con picardía.
Pero Rosa estaba dispuesta a seguir el juego.
_Esta bien sal de aquí… que me estoy orinando _ y diciendo esto se puso las manos en la entrepierna inclinándose un poco hacia delante y de un empujón me echo fuera del baño y cerró la puerta. Yo me quedé allí parado, escuchando desde afuera el agudo y potente chorro de orine chocar contra el agua de el w.c.


Una semana después, una mañana antes de salir al liceo, recordé que tenía un partido de básquet el sábado, y no estaba seguro si mi uniforme estaba limpio. Corrí a pedirle a Rosa María para que lo lavara para ese día. Al entrar en el lavandero, me la encontré cargando la lavadora.

_ Por favor Rosa, no te olvides de lavar mi uniforme que tengo partido el sábado.
_ Y… ¿dónde está?, porque… aquí no lo veo._dijo un poco enojada señalando un gran montón de ropa en el piso.
_ Si, allí está, debajo de esa camisa azul.
_ Ah… si, ya… esta bien, no te preocupes yo te lo lavo._dijo sin mirarme y continuo metiendo ropa en la lavadora.

_Gracias, Rosita_ le dije, y seguidamente me encaminé hacia la puerta. Pero justo cuando me disponía a salir, me di cuenta que se me había olvidado decirle algo más y me devolví. Evidentemente Rosa no me sintió venir, mi sorpresa fue mayúscula, cuando me encontré a la muchacha con mis shorts en sus manos. Los estaba sosteniendo frente su rostro, luego, cerrando sus ojos, los puso sobre su nariz e inhaló profundamente su olor justo en la zona de la entrepierna. Su expresión fue de placer, probablemente el mismo que sentía yo oliendo sus panties. Me quedé petrificado, completamente mudo, sin saber que hacer. En silencio me retiré sin que ella se enterara que yo la había visto. Ese día me fui camino al liceo aun más enfermo de excitación y deseo.


Desde el incidente del lavandero, Rosa estaba distinta. La notaba irritable, e incluso algo triste. Me evitaba o se dirigía a mí para lo más indispensable. Yo trataba de búscale conversación, pero ella me respondía con monosílabos. Mi cabeza estaba llena de dudas. ¿Le habría dicho o hecho yo algo que la molestara? Pero una tarde creí encontrar parte de la explicación de tal actitud.
Mis padres y mi hermana, habían salido a un compromiso familiar esa tarde. Yo siempre que podía me negaba con cualquier excusa, pues no perdía la oportunidad para quedarme solo con ella en la casa. Después de almorzar me fui al saloncito de la televisión y me quedé dormido en el sofá. Al despertar decidí que estaría más cómodo en mi cuarto. Pero antes de acostarme en mi cama, me dieron ganas de orinar y entre en mi baño contiguo a mi cuarto.
Estando en el baño escuché que Rosa María entraba en mi habitación. Entreabrí la puerta y pude observar que estaba poniendo en mi cama sábanas limpias. Pero al halar para sacar las sucias, descubrió unas cuantas revistas “porno” que yo tenia escondidas bajo el colchón. De momento mi rostro se puso rojo de vergüenza. Pero la muchacha se sentó en el borde de la cama y comenzó a hojearlas con interés. Su rostro, que en un principio era de asombro, se fue convirtiendo en placida sonrisa al descubrir que todas, sin excepción, era números especiales dedicados a modelos negras.
La última de las revistas era una “XXX”. En sus imágenes se veían mujeres negras teniendo sexo con hombres blancos en todo tipo de posiciones. Con cada página que pasaba aumentaba el interés de Rosa. Estaba seguro que era la primera vez que la muchacha observaba una revista de ese tipo Entonces, mi vergüenza se convirtió en excitación al percatarme de que sus pezones comenzaban a notarse a través de la delgada tela del uniforme. Con nerviosa insistencia arreglaba su cabello. Detrás de mi escondite se me formo un nudo en la garganta al ver que su mano lentamente comenzaba a deslizarse bajo su uniforme desnudando un poco sus piernas, luego la introdujo para acariciar su entrepierna De tanto en tanto cerraba los ojos para concentrarse en el placer que estaba experimentando. Al instante dejó escapar un gemido que la puso nerviosa por temor a ser descubierta. Rosa María volteo hacia la puerta, y como supuse que ella me hacia dormido en el sofá de la televisión, decidí seguir con el juego que ella había iniciado. Justo en el momento que se disponía a seguir disfrutando de las imágenes de la revista, hice un ruido en el baño. Rosa María dio un salto y de espaldas a la puerta comenzó a arreglarse el vestido Yo esperé a darle tiempo para que volviera poner las revistas debajo y entre haciendo ruido al cerrar la puerta del baño.
_ Rosa, si ya terminaste, quisiera dormir un rato más._le dije fingiendo pereza.
_ Y tu… ¿desde cuando estás en el baño? _me preguntó Rosa algo sorprendida y nerviosa.
_ El mismo que tú tienes aquí en mi cuarto ¿por qué? ¿A que viene la pregunta?
_Nada, nada, solo que no te había sentido, pero ya me voy.

Yo no le quitaba la mirada de sus pezones que aun se pronunciaban en la tela de su vestido. Ella bajo la mirada y salió con prisa del cuarto.
_Te dejó para que sigas durmiendo… y soñando… _dijo esto con ironía, justo antes de desaparecer en el vano de la puerta.

Desde esa tarde, quedé convencido que Rosa me deseaba tanto como yo a ella. Pero, también legué a la conclusión que el siguiente paso tenía que darlo yo.


Una semana después, el destino quiso que el viento comenzara a soplar a mi favor, y ese viento me traía el dulce perfume de Rosa María. Ese fin de semana, felizmente coincidieron dos eventos. El primero, toda la familia había recibido la invitación a la boda de una prima de mi madre en una ciudad del interior; el segundo, el lunes siguiente a ese fin de semana, era el examen fin de curso de matemáticas, la excusa perfecta para no asistir a la boda. Mi madre, por supuesto, hizo todo lo posible para evitar que yo me quedara esos días solo con la muchacha. Pero fue inútil, el examen era ineludible y quedarme en casa de algún familiar, imposible toda la familia asistiría a la boda de la prima. Por supuesto, yo hice mi mejor actuación, expresando el profundo pesar que me causaba el tener que quedarme “estudiando” mientras el resto de la familia se divertía.
El sábado en la mañana salí muy temprano a mi acostumbrado partido de básquet. Más o menos al mediodía regresé y encontré que Rosa me había preparado un delicioso almuerzo. En mi casa, no era costumbre que el servicio se sentara con nosotros en la mesa, pero dada la ocasión, y en vista que estábamos los dos solos, la invite a sentarse conmigo a almorzar.
_Rosa, ¿por que no te sientas y me acompañas?
_Ay, no se niño Rafael si sea correcto, no vaya ser que su mamá se moleste.
_ Mi mamá no está aquí. Y no se si sea correcto, pero no quiero comer solo… por favor_ dije en tono de suplica.
La muchacha después de un breve silencio.
_Está bien, pero que no lo sepa su mamá, no vaya ser que me bote.
_Ay Rosa, ¡por Dios!, como te va a botar por eso. Pero está bien, no diré nada.
Rosa algo nerviosa vino a sentarse a la mesa. Yo la recibí con una inmensa sonrisa. Un segundo después se dio cuenta que no había servido su plato. Al intentar parase yo la detuve.
_No por favor, no te muevas, deja que se yo quien te sirva por esta vez._ Dije parándome inmediatamente. Ella me respondió con una tímida sonrisa.
Comimos intercambiando miradas y sonrisas de tanto en tanto. Al terminar de almorzar se instaló un silencio que ambos buscábamos inútilmente la manera de romper.
_Estaba muy sabroso todo Rosa, muchas gracias.
_No, quien tiene que darle las gracias soy yo, niño Rafael, por invitarme a la mesa._ Dijo bajando la mirada.
_Rosa, ¿te puedo pedir otro favor?
_Si dígame, si lo puedo complacer…
_Aunque sea por este fin de semana, ¿podrías de dejarme de llamar niño Rafael? Me haces sentir como niño y además, tú no eres mucho mayor que yo…
La muchacha soltó una carcajada, se paró de la mesa y recogiendo los platos me dijo.
_ Y… ¿Cómo quiere que lo llame? ¿Sr. Rafael?
_ No por favor, simplemente Rafael,

Entonces, se acercó lo bastante como para que nuestros rostros quedaran muy cerca uno del otro, me miró fijo a los ojos, mi cuerpo comenzó a temblar por la proximidad de su cuerpo, por la profundidad de su mirada, sus senos casi rozaban con mi pecho, su boca carnosa frente a la mía. Levanto su mano y acariciando mí mejilla me dijo en voz baja:
_ Aunque creo que todavía eres un niño, está bien Rafael, te voy a complacer_ y diciendo esto se dirigió al fregadero:
_ Ahora me disculpas pero tengo que fregar todo esto_ dijo con las manos metidas en el lavaplatos
Yo me quedé petrificado, mudo, como un tonto. Su caricia simplemente me desarmó y mi reacción sólo confirmaba su sentencia: al menos, frente a ella, seguía siendo un niño.
_Bueno… este… gracias… voy a estar en mi cuarto, tengo que estudiar.
Y diciendo esto salí corriendo de la cocina hacia mi habitación.
Después de casi una hora viendo el techo de mi habitación, resolví salir a dar una vuelta por la cuadra para distraer en lo posible mi obstinado deseo por la muchacha. Me encontré con algunos amigos en el parque, pero toda conversación me parecía aburrida. Entonces decida regresar a casa, pero antes me detuve en el abasto para compara algunas cervezas y algo de comer con la idea de disfrutar de algunas películas en el DVD que tenia pendientes por ver. Al llegar a casa y saludar en voz alta no recibí ninguna respuesta por parte de Rosa María, entonces deduje que escaria tomando una siesta aprovechando que mis padres no estaban, no insistí y después de poner a enfriar las cervezas, me fui directo a la habitación y puse una película. Al poco tiempo me quede dormido.

Como las siete de la noche, después de darme un buen baño, me vestí solamente con unos pantalones deportivos largo, sin interiores y mi torso desnudo, hacia muchísimo calor. Bajé a la cocina en busca de una cerveza y mientras buscaba en la nevera apareció Rosa María. Mi corazón comenzó la latir con fuerza al verla. Recién salía del baño, su cabello estaba mojado. Aunque llevaba el uniforme de siempre, se notaba que había estado acicalándose. Pies y manos cuidadosamente arregladas. Algo de maquillaje en el rostro, apenas para resaltar sus bellas facciones. Yo me quedé sin palabras al verla:

_ ¿Y a ti que te pasa?_ Dijo con tono alegre
_Que me pasa... nada, que estás… no se diferente._ dije torpemente. Al lo cual ella respondió con una sonrisa.
_ ¿Y tu ¿no tenias que estudiar?
_ si, pero ya terminé
_ ¡Ya!
_ Me voy a tomar una cerveza, hace mucho calor ¿quieres una? Acompáñame.
_No, tú estás loco, si tu mamá se entera me echa para la calle
_y ¿por que se va enterar? anda una sola… ven siéntate aquí _ le dije moviendo una silla del comedor.
_Está bien, pero una sola_ diciendo esto se sentó. Yo destape dos cervezas y fui hasta su pequeño radio.
_ Vamos a poner algo de música. No me digas que no te gusta la música, siempre te oigo cantar
_ Si, es que extraño mi pueblo, allá siempre escuchaba música a toda hora.
Le ofrecí la cerveza y ambos chocamos las botellas para brindar.
Uno frente a otro, estuvimos conversando sobre las fiestas patronales en su pueblo. Y ella me contó de cómo le gustaba bailar en cualquier ocasión. La escuchaba con el mayor interés, iba buscando cervezas de la nevera y ambos seguíamos bebiendo y hablando animadamente. Entonces en la radio pusieron una canción que ella reconocía.
_A mi me gusta mucho, siempre la escuchaba allá en mi casa
Entonces yo me paré y le di volumen a la radio, y en medio de la cocina le dije:
_Enséñame, enséñame a bailar… no se bailar, en serio._ Rosa soltó una carcajada.
_ ¿Cómo que no sabes bailar? El hombre de dieciséis años no sabe bailar
_No te burles, por favor, No se, que quieres que te diga, y tu si sabes, te he visto cuando estás trabajando, por favor…

La muchacha se paró de la mesa, se acercó, parada mirándome a los ojos, me dijo:
_ Esta bien, a ver… pon tu mano aquí en mi cintura y dame la otra. Todo lo que tienes que hacer es dejarte llevar por la música… y por mi.
Al principio traté de seguir los pasos de Rosa, pero lo hacia con bastante torpeza, hasta que la muchacha acerco su boca a mi iodo y con voz muy suave, casi inaudible me dijo:

_ Deja que la música te lleve.

Y dicho esto estrechó aun más su cuerpo al mió y comenzó a moverse al ritmo de la música con pasos muy cerrados. Podía sentir su calor y el movimiento de su cintura en mi mano, el suave rose de sus muslos, el delicioso aroma de su piel que ahora comenzaba a transpirar. Luego, nos abrazamos estrechamente. Su cabeza se posó en mi pecho y comenzamos una danza aun mas intima. Nuestros cuerpos se frotaban uno contra el otro, cada vez más sudorosos por el calor del baile. Sus caderas se quebraban en un movimiento ondulante y cadencioso. Podía sentir su pubis de espeso vello a través de la tela en uno de mis muslos. Luego sus brazos se aferraron a mi cuello lo que expuso sus axilas dejando escapar aún más su fuerte aroma. Cerré los ojos para extasiarme con su perfume natural. Entonces, Rosa María deslizó su nariz por la piel de mi pecho desnudo aspirando su olor a la vez que pasaba su lengua saboreando mi sudor. Yo comencé a desabotonar su vestido, al quitar el botón de su pecho, se liberaron dos hermosos senos de oscuras y pronunciadas aureolas, de erectos pezones. Toda la piel de su torso estaba perlada de sudor. Nos abrazamos con fuerza estrechando nuestros cuerpos empapados. Podía sentir sus senos endurecidos de excitación.
De pronto, nos detuvimos. Entonces la llevé hasta cerca de la mesa, una vez allí, me agaché para rozar mi nariz por su abultado pubis olfateado con fuerza, al momento que ella con una picara sonrisa me dijo:

_ Sé que eso es lo que más te gusta ¿no? Las he tenido puestas todo el día para ti.

Sin decir palabra, muy lentamente, comencé a bajar las panties descubriendo un pubis de espeso y oscuro vello, muy bien recortado en un perfecto triangulo. Al descubrir la zona de la entrepierna, la tela estaba empapada de su fragante flujo vaginal que me dejó extasiado. A esa distancia, podía apreciar con claridad como su elixir comenzaba a chorrear entre sus muslos, como sus labios mayores se abrían por la excitación, permitiendo que afloraran sus labios menores como una orquídea ofreciéndome su exquisito néctar que no dudé en libar de inmediato. Mi lengua recorrió toda su vulva, desde atrás hacia adelante hasta llegar a su clítoris que chupe hasta arrancar pequeños y entrecortados gemidos de placer a la muchacha. Ella me detuvo y yo me incorpore frente a ella de nuevo, luego se agachó frente a mí haciendo lo mismo. Paseó su nariz a todo lo largo de mi pene bajo el pantalón y con ambas manos lo bajo liberando mi miembro

_ Ya veo a que te referías cuando te molestabas por lo de “niño Rafael” ¡estás bien armado muchacho!

Y diciendo esto, arremangó el prepucio, descubriendo la punta enrojecida y lustrosa de líquido. Acercó su nariz a mis testículos, a mi vello púdico, recorrió a todo lo largo de mi pene hasta llegar al glande. Con la mano lo acarició de arriba a abajo.
_ A mi también me enloquece tu olor… y ahora veremos como sabes_ y diciendo esto, pasó su lengua a todo lo largo hasta llegar al la punta que saboreó con delicadeza besándolo y chupándolo con sus carnosos labios de negra. Un indescriptible cosquilleo recorría todo mi cuerpo y mis piernas estaban a punto de flaquear por el increíble placer que aquella mujer me estaba haciendo sentir.
Aquella escena me hacia recordar las innumerables noches que me masturbé fantaseando con aquella hermosa morena que ahora tenia frente mi entregada a cualquiera de sus caprichos sexuales.

Luego, con una gran sonrisa, se sentó en el borde de la mesa y abriendo sus piernas, apoyadas sobre sus talones, ofreciendo su henchida y mojada vulva color guayaba.

_ Ahora vas a conocer lo que es una verdadera cuca con cangrejera.

Parado frente a ella y toqué con mi glande la entrada de su vagina, rozando suavemente sus labios menores, acariciando con delicadeza su clítoris. Estaba empapada lo que hacia que se deslizara con suavidad. Ella me tomó por la cintura y buscó mi boca para darme un beso. Nuestras lenguas se entrelazaron. Sus manos bajaron por mi espalda hasta llegar a mis nalgas, una vez allí, me atrajo hacia ella, despacio, pero con firmeza. Fui entrando lentamente por su estrecha vagina, ella no se detuvo hasta que entró completamente, hasta que su vagina abrazó fuertemente la base de mi mástil. Con voz suave, me dijo al oído:
_ Quédate quieto, no te muevas, déjame a mi…

Sus piernas se elevaron para entrelazarse sobre mi espalda. Sus manos se aferraron a mi cintura. Con pausa, sus caderas comenzaron a moverse dibujando círculos en torno a mi miembro. Con cada giro, nacía en su garganta un leve gemido de placer. A medida que aumentaba la intensidad de sus movimientos, aumentaba el volumen de sus sonidos guturales. Sus uñas se clavaban rasgando la piel de mi espalda… En la cúspide de su excitación, Rosa casi sin aliento me dijo:
_ ¡Muévelo ahora!, sácalo y mételo… ¡hazlo! ¡te lo suplico!

Yo me dejé llevar envistiendo con fuerza su interior, siguiendo el ritmo de sus caderas, también con movimientos circulares. Ella se aferró a mi hombro con sus dientes emitiendo gemidos de placer y cambiando el movimiento de sus caderas, ahora hacia arriba y hacia abajo. Fue entonces, cuando su vagina comenzó a palpitar, sus contracciones engullía mi miembro proporcionándome un placer desconocido para mi hasta ahora. Estaba siendo premiado con una “verdadera cangrejera” Mi pene también palpitaba al compás de sus contracciones. Sus flujo vaginal chorreaba por sus nalgas, blanco y espumoso. Solo se escuchaba el chasquido acuoso de nuestros genitales en feroz contacto.

_Acábame dentro, acábame dentro, ¡por favor!

Me suplicaba la muchacha con su aliento entrecortado. A la vez que todo su negro y hermoso cuerpo se tensaba en un instante de máximo placer, para luego abandonarse en un prolongado gemido, mientras yo empujando mi pene hasta lo más profundo de su cuerpo, descargaba todo mi semen en su interior.
Ambos caímos exhaustos sobre la mesa. Nuestros cuerpos empapados en sudor. Nuestros genitales enrojecidos e impregnados de nuestros respectivos fluidos. Todo el lugar olía a sexo.

Satisfechos nos fuimos a mi habitación. Ella posó su cabeza en mi pecho y sin decir palabras nos quedamos dormidos.